lunes, 15 de febrero de 2010

Ópera e industrias culturales (Parte III)


© Mauricio Rinaldi (texto)-Fotografía: Teatro Farnese, Parma, Italia

A continuación presentamos la tercera parte de “La ópera como antecedente de las industrias culturales”, ponencia del Lic. Mauricio Rinaldi presentada en el XVIII Congreso Internacional de Teatro Iberoamericano y Argentino organizado por el GETEA en Buenos Aires, en agosto de 2009, y en el I Congreso Internacional y III Congreso Nacional de Teatro organizado por el IUNA en octubre de 2009, también en la ciudad de Buenos Aires.


Consumo y cultura

Todo consumo de la cultura implica una cultura del consumo. Debe definirse, por lo tanto, qué tipo de consumo se lleva a cabo en el ámbito de las producciones culturales. En este sentido, debe diferenciarse entre consumo material, en el cual el individuo apunta a la posesión de un objeto físico, concreto, y consumo simbólico, donde el individuo establece una comunicación con el sentido del objeto. Se observa así que el consumo establece un tipo de relación entre sujeto y objeto.

En el caso de la industria cultural debe distinguirse entre los diferentes tipos de objetos culturales que dicha industria produce. Se tendrá así el ámbito de los objetos materiales (por ejemplo, la producción de cuadros y esculturas), y el ámbito de los objetos abstractos (por ejemplo, las producciones de la música y del espectáculo). Sin embargo, es necesario aclarar que, desde el punto de vista del consumo, aún los objetos abstractos necesitan de una instancia material para poder acceder a ellos; en efecto, sólo se accede al objeto musical o al objeto escénico mediante su realización sobre un escenario; o, al menos se necesita de una instancia de reproducción como el CD o el DVD. La literatura, producto que puede considerarse como el paradigma de la producción cultural abstracta, es un claro ejemplo: el acceso a la obra sólo es posible a través de un texto materializado en un libro o en la pantalla de un computador.
En la relación sujeto-objeto dentro de la industria cultural se trata siempre de un consumo simbólico, aun cuando la relación deba establecerse con un objeto material. Aún en el consumo en general, la posesión de un objeto físico se tiene en gran estima debido a que se lo considera portador de valores sociales, como por ejemplo, el refinamiento, la pertenencia a un grupo determinado, etcétera. Son estos valores los que prometen algo que no necesariamente se cumple. Así, en rigor, todo consumo material tiene un contenido simbólico; se compra un objeto considerando la imagen que la posesión de dicho objeto brinda frente a los otros individuos de la sociedad.


Arte de masas y arte de elite

El arte ha sido siempre una actividad para sectores privilegiados de la sociedad, y aún sigue siéndolo. En efecto, si antes el arte estaba sólo disponible para algunos que podían poseer objetos o asistir a eventos pagando el costo económico que ello tenía, hoy el acceso al arte está restringido no exclusivamente por los costos económicos, sino por el capital cultural que se necesita para poder relacionarse con las producciones del arte.

Desde el Renacimiento, con el surgimiento de los mecenas, el arte produce objetos o situaciones a las que sólo acceden quienes pueden pagar por ello, aspecto que en la Modernidad se manifiesta en la figura del comerciante burgués que puede comprar obras de arte o asistir al teatro. La rigidez del sistema simbólico que gobierna la sociedad europea de los siglos XVII y XVIII permite a cualquier individuo de las clases altas interpretar sin problemas el sentido de la obra de arte. Es decir, el problema a resolver es el consumo material ya que el consumo simbólico está predefinido. Al crearse los museos con acceso permitido al público general sin importar su condición o clase social a fines del ottocento, paulatinamente la totalidad de la sociedad pudo acceder a objetos y eventos reservados antes a grupos minoritarios de la sociedad; se masificaba así el contacto entre arte e individuos. Sin embargo, pronto el arte mostraría una reacción por medio de la cual se alejaría de las masas: las vanguardias. Este nuevo contexto se caracterizó por la propuesta de diferentes lenguajes expresivos simultáneamente, los cuales cuestionaban los cánones de composición tradicionales (la Academia), obligando al público a recurrir a expertos que pudieran explicarle el contenido de las nuevas obras; nacía así el crítico de arte, encargado de traducir e interpretar para el público los novedosos universos simbólicos del arte. Así, la democratización del arte resolvió el problema del consumo material, pero, contrariamente, produjo el problema del consumo simbólico. Se ha pasado de una elite económica a una elite intelectual.

[+ info en: www.esteticadelaluz.com.ar ]

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