viernes, 4 de marzo de 2011

Su atención por favor. Guía del perfecto turista




© Vilma Santillán (texto)

Este es el título del libro que el escritor norteamericano Dave Barry escribió hace unos años y que Ediciones de La Flor publicó en Argentina en 1997. Aquí van algunos párrafos por mí seleccionados para compartirlos con ustedes y reír juntos sobre esa actividad característica de la Modernidad denominada ‘turismo’.

Qué empacar

Hay dos grandes escuelas de pensamiento en lo que concierne a lo que debe empacarse para viajar. Éstas se conocen técnicamente como “mi escuela” y “la escuela de mi mujer”.

Mi escuela aconseja nunca llevar más equipaje del que cabe en una maleta corriente. De este modo, nunca tendrá usted que ceder sus pertenencias al Departamento de Equipaje Escondido de la aerolínea (huellas de equipaje aéreo han aparecido hasta en Marte). Yo, pues, viajo muy ligero de equipaje y acabo por acostumbrarme al aroma que procede del uso de la misma camisa, los mismos calcetines y, por supuesto, la misma ropa interior a lo largo de dos semanas. La ventaja es que siempre dispongo de amplio espacio para mí solo en el avión, porque nadie quiere sentarse a mi lado. La desventaja es que los auxiliares de vuelo también se apartan de mí y prefieren servirme la comida arrojándola como un disco volador desde ocho metros de distancia, a pesar de que algunos de los alimentos son suficientemente duros como para matar a una persona.

Mi mujer, en cambio, se niega a abandonar la casa ni siquiera por media hora sin antes haber acumulado suficientes bienes y haberes en su monedero como para montar una vivienda confortable en el campo. Cuando ella se encarga de hacer las maletas, mete muchísimas cosas. Le encanta compara valijas enormes, fabricadas por armadores de buques, y las atiborra de cosas para cualquier contingencia imaginable. Por ejemplo, si vamos a algún punto en el trópico, mete un juego completo de atuendos ligeros; pero, por si se presenta alguna racha fría, agrega una muda de atuendos medianos; y, para la eventualidad de que uno se quede embotellado en una nevera, añade otra de atuendos pesados; y una maquinita para preparar waffles, por si nos asaltan ganas de comer waffles; y así sucesivamente. Llegamos, pues, al aeropuerto con casi todas nuestras propiedades mundanales y parecemos refugiados camboyanos, excepto que en realidad se diría que llevamos a toda Camboya con nosotros. Solamente nuestro equipaje de mano es lo bastante grande como para impedir que se eleven aviones medianos. La aeronave recorre la pista, acelera y entonces, después de un esfuerzo conmovedor para decolar, sigue recorriendo la pista y termina a veces en la bahía. Esto no nos preocupa mucho, sin embargo, porque mi mujer lleva siempre equipos de buceo”.

(Extraído del capítulo I: Planeando su “viaje al Paraíso” o a lo mejor a Beirut)

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