jueves, 7 de marzo de 2019

Siempre la misma música en todas partes


 



 

Entro en un bar de Buenos Aires para tomar algo fresco en verano y en el ambiente resuena la música del momento que están pasando por el sistema de audio del lugar. Luego, al salir del bar, tomo un taxi y el conductor está escuchando en la radio el mismo tema de moda. Al día siguiente voy a un negocio para realizar una compra y el vendedor tiene su radio encendida, por la que transmiten música del mismo grupo pop que la escuchada el día anterior.

 

Podría agregar muchos otros ejemplos similares al anterior, incluso no solo sobre experiencias vividas en Buenos Aires, sino también en otras ciudades argentinas y europeas. Por ejemplo, he tenido la posibilidad de estar alojado en un hotel de la ciudad italiana de Palermo, categorizado como cuatro estrellas, cuyo edificio es un antiguo palacio del siglo XVIII, en el cual se jactan de tener obras de arte de la época y muebles de estilo originales. También pude estar alojado en París en un hotel tres estrellas ubicado en un edificio moderno con buen salón desayunador. Por último, recuerdo un hotel tradicional cuatro estrellas de los años ’70 en Madrid con buen servicio general. En estos tres casos (y en muchos otros que no mencionaré para no aburrir), al desayunar cada mañana, en el ambiente hay música pop. Pongo este calificativo de manera general para referirme a toda aquella música de difusión masiva que se transmite con objetivos comerciales.

 

Las experiencias anteriores me llevan a pensar sobre dos cuestiones. Por una parte, en estos lugares donde se atiende al público (hoteles, restaurantes, negocios, etc.) acude una gran cantidad de personas a las que no se les pregunta sobres sus gustos musicales. Nadie me pregunta en un hotel si quiero escuchar rock anglosajón o ritmos latinos cuando voy a desayunar; por supuesto, mucho menos me preguntarán si prefiero escuchar una sinfonía de Mozart o una de Beethoven, y no pensemos ya en si es una versión dirigida por Toscanini o Karajan. Simplemente me imponen escuchar “lo que está de moda”, lo que todos escuchan, es decir, lo que todos aceptan escuchar. Por otra parte, tal vez el cliente prefiera estar un momento en silencio para disfrutar de la tranquilidad del lugar, especialmente en un hotel de cuatro o cinco estrellas. Al parecer, no tengo derecho a estar en silencio con mis propios pensamientos o lecturas; debemos conversar con nuestro comensal o leer el libro que hemos llevado con el trasfondo sonoro del ambiente.

 

Así, ya no hay diferencia entre el gran hotel italiano en el palacio del siglo XVIII, el moderno hotel parisino o el tradicional hotel madrileño, ya que siempre la misma música en todas partes anula las diferencias específicas de cada lugar. Todo da igual; la misma personalidad se imprime en todos los lugares gracias a la misma música. Tal vez Theodor Adorno, el filósofo y gran crítico de la cultura del siglo XX, tenía razón al afirmar que la sociedad se homogeniza por la difusión masiva de los productos de la cultura previamente elaborados (su punto de partida del análisis de la industria cultural), es decir, nuestra manera de sentir se moldea por lo que consumimos, aún cuando este consumo no sea voluntario, sino tangencial, como cuando escuchamos música en un lugar público sin haberlo solicitado. En particular con la música, este fenómeno fue estudiado sistemáticamente por el sociólogo Richard Sennet, quien pone de manifiesto el hecho de que la música de difusión masiva está acotada a una duración predeterminada (de 3 a 5 minutos) y de estructura repetitiva, coincidiendo con algunos aspectos de Adorno.

 

Como conclusión, me pregunto si se trata de una estrategia de mercado, de una crisis cultural, o de una combinación de ambos aspectos. Una excepción a esta situación: el histórico café Greco en Roma, donde siempre la música clásica recibe a los visitantes que llegan desde todo el mundo.

 

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